lunes, 29 de noviembre de 2010

Capítulo 2

Al día siguiente sentía el cuerpo entumecido, como si hubiese estado lloviendo sobre mí toda la noche. Me encogí debajo de la sábana, hasta esta se sentía húmeda. Era demasiado. Realmente… Abrí los ojos y lo primero que vi fue la enorme humedad en el techo. JODER. Me incorporé de golpe, mirando ahora mi cama. Mierda… El agua había calado. Mucho estaba durando la puta humedad sin joderme.
Me pregunté por qué no había salido en ningún otro lugar de la casa, por qué tenía que ser justamente sobre mi cama. Cada vez se me hacía más asquerosa esa casa y parecía que la misma me correspondiese en odio. Necesitaba irme.
Me levanté inmediatamente, tiritando, y sentí una punzada en los costados y también en los riñones. Me había constipado. Mierda, mierda, mierda. ¿Es que acaso nunca habría una sola condición a mi favor para poder pirarme? No iban a comprarme medicinas ni aunque me viesen por el suelo y sin fuerzas, asique, me gustase o no, tenía que usar mi propio dinero, que no era mucho, si quería recuperarme.
Me vestí, abrigándome al máximo posible con toda esa ropa que dejaba tanto que desear. Mi estilo punk no incluía grandes y calientes lujos que me sirviesen para la ocasión. Ni las camisetas rasgadas y finas ni los pantalones llenos de rotos por todos lados iban a contribuir mucho a que me curara, y apenas tenía sudaderas. ¿Por qué no tenía nada para el invierno? Ah, sí, que cuando obligué a mi madre a plancharme la ropa, la muy… me quemó la mayor parte. En fin, ya escarmentó, es absurdo darle vueltas.
Parecía que mi dinero se iba a esfumar de un plumazo si quería sobrevivir.
Me arrepentí momentáneamente de haberme cargado todas mis amistades. Al menos si tuviese alguna amiga me podría ayudar en algo, me podría prestar ropa o cualquiera de esas gilipolleces que salen en las películas, pero que ahora me vendrían realmente bien.
No había durado mucho en mis trabajos, pero es que realmente no servía para tener jefe. Y sin estudios universitarios podía hacer poco como autónoma. No iba a montar un bar, obviamente.
¿Qué podía hacer…?
Me agarré la frente con la mano y suspiré, bajándola por mi cara mientras ésta se me presentaba en el espejo, cansada.
¿Qué iba a ser de mi vida? No tenía pasta, no tenía amigos y no tenía familia. No tenía ni siquiera ropa.
¿Cuánto iba a durar?
Siempre había querido ser independiente, pero me di cuenta de que la independencia no era equivalente a la libertad. Yo era independiente. No dependía de nadie, pero tampoco tenía de quién depender. Todo empezó a parecerme demasiado relativo. ¿Qué quería? ¿Qué esperaba de la vida? Quizá si me fuese lejos de aquí pudiese empezar de cero. Pero ¿y si el problema era yo? En tal caso jamás podría escalar desde el fondo del hoyo en el que me encontraba desde hacía tantos y tantos años.
Me mordí el labio con fuerza. Tampoco podía pensar. Más bien no se me ocurría nada, y empezaba a cabrearme.
Salí a la calle, estaba bloqueada. No tenía ni puta idea de qué hacer con mi vida, empezaba a desesperarme porque sabía que no podía permanecer más tiempo en esa casa y mucho menos seguir girando la cara ante esa realidad. Me senté en un bordillo, era la entrada al metro, aunque no me fijé. Rebusqué en el bolsillo de mi chaqueta de cuero (plástico) y encontré el último cigarro junto con el mechero. Intenté prenderlo, pero no había forma. Estaba nerviosa, pero seguro que no tenía nada que ver con eso. Simplemente se le había acabado el gas. Joder. Nunca nada salía bien. Las manos empezaban a temblarme, pero tampoco era por el frío. Cada vez se agitaban con más fuerza hasta que lo siguiente que sentí fue como si alguien metiera la mano en mis pulmones y me arrebatase con rapidez el aire. Abrí los ojos y empecé a llorar amargamente, pero sin sentir nada en absoluto. Creía que me moría ahí mismo, hasta que sentí una mano en mi hombro. Después alguien me puso en la boca una bolsa de papel. Joder, olía a bocadillo, no me jodas ¿qué coño estás haciendo? Giré la vista, intentando apartarme la bolsa cuando vi a una chica de mi edad o incluso mayor con el entrecejo fruncido. Parecía que sabía lo que hacía.
-   Respira en la bolsa y cálmate.
Yo no podía dejar de mirarla. Y además la miraba mal. Nadie puede imaginarse cómo me jodía que alguien me viera en ese estado.
¿Cuándo había llegado? Poco a poco, al distraerme, supongo, fui recuperando la normalidad hasta parar. No me molesté en limpiarme las lágrimas que habían cesado cuando me retiró la bolsa. Yo seguía mirándola, cada vez peor.
-   ¿Qué? ¿Preferías que te hubiese dejado ahogarte? Además… -La rubia de pelo increíblemente largo y ondulado, con la raya algo desviada del medio, flequillo bastante largo, de ojos azules rodeados de maquillaje negro se llevó la bolsa a la nariz y la olió.- Vale, huele a comida, pero tampoco huele tan mal, ¿no?- Soltó una risita extraña.
-   ¿Quién coño eres? ¿Mi puto ángel de la guarda?- La escruté con la mirada. Parecía la típica chica alternativa que pasaba de las apariencias, pero cuidaba las suyas. Su estilo era el mío, pero en pijo. Es decir, con buena ropa y un toque chic. Tenía el pelo platino, casi. El mío era castaño oscuro, como mis ojos, largo y descuidado. Ondulado, casi liso, con flequillo recto, algo largo, de modo que no parecía el típico maniquí. Muchas veces pasaba de peinarme. Todo eso no era lo mío.
-   Bueno, mi identificación dice que me llamo Taylor ___, pero no creo que eso te diga nada. –Me sonrió de forma cómplice, colocándose bien en el hombro una cinta. Llevaba… ¿Llevaba una guitarra?
-   Yo soy Lisbeth.-Musité en respuesta. Ni siquiera sabía por qué le había dicho mi nombre. Supuse que era lo normal.
Ella estiró la mano y me limpió con ella las lágrimas. Nuevamente la fulminé con la mirada y ella lo captó. Al contrario de quedarse cortada me miró prácticamente del mismo modo, pero con incredulidad añadida.
-   ¿Pero quién coño te ha parido a ti? ¿Eres hija de la amargura o qué?- Me espetó y yo me quedé en silencio unos segundos antes de romper en carcajadas ruidosas. La tal Taylor no sabía si reír o echar a correr, pero finalmente optó por lo primero.
-   Has dado en el clavo.- Le expliqué cuando la intensidad de mis risas menguó de forma considerable.
-   Eso no te justifica.- Me soltó de repente con seriedad, pero aún pude apreciar un ápice de complicidad en sus ojos.
-   ¿qué?
-   Yo soy hija de lo más estirado que existe en el mundo y precisamente trato de ser todo lo contrario.
¿Por qué cojones me estaba hablando de su madre? Éramos desconocidas. No entendía que se pusiese a hablar conmigo así porque sí, asique me quedé callada.
-   Veo que eres de pocas palabras… en fin… yo tengo cosas que hacer ahí abajo.- Señaló con la cabeza la entrada del metro.- Encantada, Lisbeth.
Acto seguido se fue. ¿Por qué no había hablado con ella? Era justo lo que necesitaba. Algo desconocido. Todo cuanto conocía representaba pura mierda para mí. No quería caer en la ingenuidad, pero… ¿y si ella cambiase mi vida? De momento me la había salvado. Quizá había sido algo simbólico y significaba algo más.
Cuando pude escapar de mis propios pensamientos bajé corriendo las escaleras. Creí que me mataba. Todo para nada, como de costumbre. Para cuando llegué era tarde. Ella había desaparecido y yo no tenía suelto en los bolsillos para pagar el billete y poder seguirla.
Un día más que resbalaba por las paredes de mi pozo hasta caer nuevamente, de lleno contra el frío y apestoso fondo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario